El Real Madrid se colocó a la altura de su historia con un partido soberano, el mejor desde el ciclo glorioso de los cuatro títulos en cinco años. Un derroche de juego y entrega frente a un enemigo temible, que sin embargo dejó abierta la eliminatoria en su único remate entre los tres palos. Muestra de equipo campeón que no arruina el deslumbrante partido blanco. Fue la noche elegida por Vinícius para demostrar quién es y, sobre todo, quién puede llegar a ser. Lleva dentro a un futbolista ingobernable, único, de los que quedan pocos.
Alfredo di Stéfano, el hombre que convirtió la Copa de Europa en leyenda, habría asistido orgulloso en el palco de su estadio al duelo con más Champions de la historia, dos clubes que han construido su mito en la máxima competición continental. Imposible no generar expectativas, a pesar de las bajas, históricas y recientes, en ambos bandos. Real Madrid y Liverpool jugaron sin reservas, y lo hicieron desde las alineaciones. Parecía lógico que Zidane alinease tres centrales, sobre todo con la baja de Varane a última hora. Pues tres puntas, con Vinícius y Asensio. Klopp, en cambio, se protegió algo más, con Keita por Thiago, perfiles muy distintos. Salió un partidazo, claro.